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Imaginemos este escenario: trabajas en una firma de diseño industrial y recibes una notificación que indica que, a partir de la próxima semana, todo trabajo en etapa de diseño será enviado a una inteligencia artificial para análisis, recomendaciones y aprobación final. Este planteamiento despierta inquietudes y, al mismo tiempo, abre la puerta a un debate profundo sobre el impacto de la AI en el entorno laboral.
Un ambiente de trabajo así podría generar opiniones divididas. Por un lado, la AI tiene el potencial de llevar los trabajos de diseño a un nivel superior de excelencia, detectando inconsistencias, optimizando detalles técnicos y acelerando procesos. Sin embargo, por otro lado, surge la preocupación de si los diseñadores humanos perderán parte de su autonomía creativa o si se sentirán limitados al tener que explicar y justificar cada decisión frente a una máquina.
Si tuvieras que verbalizar tu punto de vista a esta AI, ¿tendrías la oportunidad de objetar alguna recomendación y que tu postura no sea refutada? Este es uno de los mayores desafíos: garantizar que la interacción entre humanos y AI sea colaborativa, no impositiva.
En este contexto, el rol del diseñador debe evolucionar para no solo crear, sino también guiar a la AI, asegurando que la creatividad humana no se diluya en el proceso, sino que sea potenciada. ¿Estamos listos para este cambio? La respuesta está aún por definirse.